Raphael Minder / The New York Times
José Manuel González Navarro, de oficio mecánico, salía de su casa en moto hace 50 años cuando oyó explosiones en el cielo y vio una bola de fuego en el cielo. Luego empezó a caer chatarra “como si un gigantesco árbol estuviera tirando brillantes hojas de metal”, según recordó en una reciente entrevista.
González Navarro dio la media vuelta y aceleró hacia su casa para revisar que esta no hubiera sufrido daños. Más tarde condujo hasta donde había visto caer la chatarra y encontró una bomba sin detonar pegada a un paracaídas. Cortó las correas y se las llevó a casa, junto con algunas herramientas y tornillos que había en el suelo.
“Solo pensé qué cosas podían ser útiles. Me gustaba pescar, y las cuerdas, delgadas pero sólidas, eran perfectas para hacer un cinturón con pesos para bucear”.
Al igual que muchos en Palomares, González Navarro, que ahora tiene 71 años, supuso que había visto un accidente aéreo. No sabía que un bombardero de la fuerza aérea de Estados Unidos y un jet de reabastecimiento habían chocado, y enviado al suelo cuatro bombas de hidrógeno. Aunque ninguna de las cabezas nucleares explotó, dos de las bombas se rompieron y esparcieron plutonio en los alrededores del pueblo.
Muchos soldados estadounidenses se quejan actualmente de que los trabajos de limpieza, hechos a las apuradas, han afectado su salud. En Palomares, muchos pobladores también lamentan el daño que aquel accidente ocasionó.
Un estigma
“Vivir en un sitio radiactivo, que nadie ha querido limpiar, nos ha generado mucha publicidad negativa. Es algo que pesa sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles”, afirmó Juan José Pérez Celdrán, alguna vez alcalde de Palomares. Durante años después del accidente, tomates, lechuga y sandías locales no llevaban etiquetas de Palomares debido al estigma asociado con el lugar.
Y medio siglo después, la campaña de limpieza no ha terminado. En 1966, tropas estadounidenses sacaron alrededor de 5.000 barriles de suelo contaminado después del accidente y declararon completa la limpieza. Pero hace aproximadamente una década, las autoridades españolas encontraron altos niveles de plutonio sobre alrededor de 40 hectáreas. La radiactividad casi llegaba a las viviendas y a algunos campos e invernaderos.
Algunas de las zonas de radiactividad elevada fueron aisladas por una cerca que erigió la agencia española de energía nuclear, el Ciemat, que ha ejercido presión para que el gobierno de Estados Unidos retire unos 50.000 metros cúbicos de suelo radiactivo, mucho más de lo que se retiró después del accidente.
Reclamos a EEUU
En 2009, el canciller español, Miguel Ángel Moratinos, envió una nota confidencial a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en la que le advertía que la opinión pública de España podría volverse antiestadounidense si España revelara un estudio de contaminación en Palomares, según una nota publicada por el diario El País a partir de la publicación de los documentos de Wikileaks.
En octubre de 2015, el secretario de Estado de EEUU, John Kerry, firmó un memorando de entendimiento en Madrid, en el que prometió que Palomares iba a volver a su estado previo a 1966.
Riesgo de cáncer
España y Estados Unidos están de acuerdo en que en el sitio todavía queda alrededor de medio kilo de plutonio -una cantidad significativa si se tiene en cuenta que menos de un microgramo puede causar cáncer-, y el Departamento de Energía ha dicho que retirará la tierra y la depositará en una instalación de almacenamiento nuclear en Estados Unidos.
Las consecuencias a largo plazo del accidente no están claras todavía. Muchos habitantes consideran que las advertencias de radiación son exageradas, pero otros asumen una perspectiva cínica de por qué las autoridades estadounidenses y españolas les han permitido vivir en un área contaminada durante décadas.
“Ellos nos están usando como conejillos de Indias, para ver qué le pasa a la gente que vive en un área contaminada”, opinó el plomero Francisco Sabiote. “Nos dicen que todo está bien, pero también que necesitan sacar más suelo. Así que si eso realmente es necesario, ¿por qué toda esta espera?”, agregó.
Perplejidad y alivio
De los 11 miembros de las tripulaciones de ambos aviones, siete murieron. Pero entre la mayoría de los habitantes del pueblo, se impuso una sensación ambivalente de perplejidad y alivio porque se evitó el impacto directo contra la localidad. Cuando llegaron los soldados con sus cigarrillos y comenzaron a beber cervezas con la gente “el ambiente era casi de fiesta”, recuerda González Navarro.
Las autoridades estadounidenses temieron que evacuar la zona crearía lo que el responsable de la agencia de la energía atómica sobre el terreno describió como un momento de tensión psicológica, así que dejaron que los habitantes de Palomares se quedaran y les dijeron que no se había liberado radiactividad. Les dieron instrucciones vagas y dijeron que compensarían a los agricultores que habían perdido la cosecha. Y los pobladores eran demasiado pobres para poner la salud por delante de sus necesidades económicas.
“Nos dijeron que quizá deberíamos deshacernos de la ropa que teníamos puesta ese día, pero por supuesto nadie aquí podía darse el lujo de tirar nada”, destacó González Navarro.
Controles
Desde el accidente de aviación, cada año, se tomaron muestras de orina a los 1.700 habitantes de Palomares, para buscar radiactividad. Maribel Alarcón, funcionaria de la Municipalidad, dijo que la recomendación de Madrid era que cada residente se sometiera a pruebas cada tres años. La última vez que ella se revisó fue hace tres años, y le dio negativo.
Muchos habitantes dicen que hace alrededor de una década no se les hace ninguna prueba. Sabiote, de 27 años, contó que la última vez que fue a Madrid para hacerse pruebas tenía 12 años y no tiene planes de regresar. “Todos tenemos que morir de algo”, afirmó mientras encogía los hombros.
Antonio Fernández Liria, alcalde del vecino pueblo de Cuevas del Almanzora, explicó que las pruebas médicas demostraron que había contaminación. “No somos las marcianos que alguna gente creyó que seríamos”, afirmó.
La dependencia nuclear de España informa que los resultados de los análisis no muestran altos niveles de contaminación por plutonio y que la frecuencia de cáncer alrededor de Palomares es similar a la de otros poblados. “Si una prueba diera positivo, ¿realmente cree que aún seguiríamos viviendo aquí?”, preguntó Diego Simón, dueño de una librería.
Otros estudios
Algunos científicos españoles han llevado a cabo sus propios estudios sobre la población de Palomares, y tampoco encontraron evidencias para alarmarse.
Después de luchar por obtener acceso a los datos relevantes, el epidemiólogo Pedro Antonio Martínez Pinilla publicó un estudio en 2005 que arrojó incidencias mayores de cáncer, pero concluyó que debido al pequeño tamaño de la muestra no podía trazarse una correlación entre vivir en Palomares e incidencias de cáncer.
José Herrera Plaza, periodista español que publicó hace poco un libro sobre Palomares, dijo que el accidente tuvo un impacto hibakusha profundo y psicológico, el término empleado para referirse a sobrevivientes de las bombas nucleares de Estados Unidos arrojadas sobre Japón en 1945.
“Todas las comunidades que lidian con la contaminación, independientemente de si pueden demostrar verdaderos problemas de salud o no, sufren y viven con una paranoia permanente”, sostuvo.
Aún quedan dudas
La limpieza de Palomares en 1966 no solo fue incompleta sino que también puede haber propagado más la contaminación. Por ejemplo, afirman las autoridades locales, la quema de las cosechas de tomate contaminado puede haber contribuido a propagar partículas peligrosas en el aire.
“Creo que todo eso se hizo con los conocimientos técnicos de la época y con la política española de la época”, dijo Yolanda Benito, funcionaria de la agencia nuclear española. “España era una dictadura, no era el país más transparente del mundo”, subrayó.